jueves, 3 de septiembre de 2009

Divagaciones desde el otro lado (III y última)

Acabo de terminar, hace un par de días, de trabajar con el manual que ya he comentado en anteriores entradas, Teach yourself polish. La relación con la lengua en la que me veré inmerso de aquí a menos de tres semanas ha llegado a un punto y aparte.

Las sensaciones que tengo en estos momentos son, cuanto menos, contradictorias. En primer lugar, no dejo de pensar que todavía mis conocimientos de polaco son mínimos, que cuando ponga los pies en Varsovia se me hará todo un mundo y que debo, por mi cuenta en estas semanas que me quedan, preparar no sé qué material para, al menos, defenderme en las situaciones comunicativas más comunes que en que pueda encontrarme. Sin embargo, en cuanto empiezo a escarbar en mi psique puedo encontrar ciertos atisbos de esperanza. Me da la sensación de que he aprendido más de lo que pienso, pero al no practicarlo en ningún momento tengo la sensación de que de puede ningunear mi aprendizaje sin temor a represalias. Sé reconocer, no me preguntéis cómo, ciertos aspectos morfológicos muy apreciables, como la marca de pasado o las terminaciones de persona más habituales, yo y tú principalmente. Ahora bien, no quiero pensar en el momento en que un hablante nativo me diga no sé qué: ¡Madre de Dios! ¡Qué digo yo ahora! Ya veremos qué pasa; sin duda puede ser uno de los momentos más interesantes en el aprendizaje de una lengua: el acercamiento a la realidad lingüística. Al haber siempre enseñado el español en una situación de inmersión, es una situación que no me viene de nuevo, aunque siempre que uno lo vive en sus carnes puede resultar chocante. En cuanto a los estudiantes que he tenido en Barcelona, podíamos encontrar de dos extremos que marcan las tendencias mayoritarias: el que no tenía ningún tipo de relación con el hablante nativo, con el oriundo del lugar -estudiante que, principalmente venía a hacer turismo- y el que desde buen principio tenía una relación bastante fuerte con la gente de la ciudad. Este último tipo de estudiante da la no tan rara casualidad de que venía para instalarse, al menos, durante una temporada.

Yo, en principio, debo ser del segundo tipo, por lo que la inmersión lingüística hará acto de presencia desde el primer momento. Y así lo quiero. Por lo tanto, uno de los mayores éxitos en relación a mi aprendizaje deberá ser la pérdida de miedo al error, la ausencia de temor a equivocarse y decir algo que no debe decirse. Estos últimos casos, suelen hacer bastante gracia entre los oriundos del lugar -¿quién no de ríe ante un guiri diciendo ‘tu puta madre’ en lugar de ‘de puta madre’?-, aunque ya veremos como se lo toma susodicho personaje a -20 Cº en pleno invierno. Nada, ya se verá.

Volviendo al motivo central de esta entrada, la finalización del manual con el que he estado trabajando este agosto, debo reconocer que será necesaria una segunda lectura y, sobre todo, una sistematización de aquellos aspectos lingüístico-comunicativos requisito indispensable para sobrevivir hasta que no disponga de un tutor que controle mi aprendizaje. Este es el objetivo que me marco para las siguientes semanas: llevar a cabo un trabajo de selección de expresiones determinadas por un contexto comunicativo concreto, un trabajo más nocional que otra cosa, pero que a estas alturas creo que puede ser beneficioso para la supervivencia de quien escribe y tiene la necesidad de tomar café, comprar un billete de autobús o pedir turno en la pescadería, aunque esto último creo que no se estila mucho, ¿verdad?

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